El trabajo artístico de Aris hunde sus raíces en un amplio abanico de las emanaciones pictóricas acontecidas durante el siglo XX. El denominador común que sintetiza la serie completa de las obras es la representación del rostro humano y el entorno que le complementa. En la diversidad de maneras de tratar ambos aspectos, rostros y sombras, entra en juego la riqueza de un arte que no reniega de la tradición al tiempo que incorpora nuevos elementos. Previa o posteriormente, el color, ya sea a base de amalgamas, difuminados o mediante pinceladas que parecen no tocar el lienzo, rebosando de referencias y matices.
Pero más allá de las influencias, expresadas consciente o inconscientemente con toda naturalidad por el autor, encontramos dos aspectos claves a la hora de situar su obras en un contexto: Por un lado exhalan el ambiente cargado y húmedo de la calle, la “pintada” y el grafiti, para los cuales el artista no escatima en la introducción de símbolos como círculos, flechas, números, letras,.., “imitando” así a quienes considera dos grandes maestros, Jean-Michel Basquiat y Antoni Tapies; Por otro, el poder evocador de los ojos penetrantes y la mirada expresiva, es plasmada a través de formas y expresiones que hacen guiños al mundo del cómic y la caricatura, y al cruzarse con el espectador le transportan directamente a cualquier escena, esquina o barrio de la más común cotidianeidad. Comportando un estado anímico que dota a las obras de pasión, llenándolas de vida.
Admirando sus cuadros, “conversando” visualmente con sus personajes, Aris nos abre la puerta que destapa sus inquietudes, ese alimento para el espíritu que activa y pone en marcha las facultades del auténtico artista, aquel que tiene algo que contar. Llegados aquí, el espectador, no ya como esteta sino como ser humano, se dispone a dar una vuelta por el imaginario de un pincel que no elude su entorno. Se nos presenta así una gran virtud, la de saber enfocar sus pulsiones a través de la paleta, en lo que es una referencia más que notoria a Oswaldo Guayasamín, no sólo en la expresión empleada en algunos rostros, sino también en la temática representando una clara denuncia de toda libertad cercenada.
En el artículo “la levedad de la crítica” (Lápiz 2005), Cristóbal Álvarez Teruel, en un canto de alabanza a la dignidad y labor didáctica de la crítica de arte, muestra, no sin cierta preocupación, el enfriamiento actual de la relación arte y sociedad. Históricamente la crítica, nacida al asubio del ámbito académico, “se desplazó a los cafés y clubes de té, lugares de los que no deberían haber salido”. En la actualidad, no son pocos los especialistas que constatan que el mundo del arte y la sociedad parecen correr por caminos divergentes. Ante esto, la inspiración temática de Aris nace y se desarrolla en “la calle”, en sus gentes, los protagonistas auténticos del mundo real, en una versión genuinamente subversiva, alejados de la visión uniforme de los “mass media”. A través de sus lienzos descubrimos una invitación: a transgredir nuestras preocupaciones para “ponernos en la piel del otro”, a sentirnos presos de alguien, de algo o incluso de nosotros mismos; convirtiéndose así en una introspección en todo aquello que nos rodea y perturba, las “sombras”; Aquello con lo que queramos o no estamos en constante atracción u rechazo. La vida fluye y se derrama cual goteo en cada rincón, está en movimiento. Si uno no se mueve, las fuerzas coercitivas que nos asedian lo harán por nosotros, autómatas ya del “ente”, de la vorágine consumista, de lo políticamente correcto, vacío.
El arte de Aris es un grito en la calle, una llamada a la gente, una invitación a moverse, a tomar conciencia, a elegir y actuar libremente en lo que conforma un arte que habla por igual, a la razón y al corazón, didáctico y pasional. Como concluye C. Álvarez Teruel, “debemos acallar las voces que mantienen que la crítica (de arte) es una labor frívola y sin importancia, ¡Larga vida a la Crítica!”, al que sumaríamos al unísono ¡Larga vida a la calle y su arte!