Con su nuevo trabajo el devenir artístico de Aris retoma el rostro como figura principal. Incidiendo en este aspecto, que ya trabajara en “Rostros y sombras” 2005, en esta ocasión el conjunto pictórico toma un carácter preeminentemente clásico; no sólo en sus personajes de raíz grecolatina, ya sea mitológica o histórica, así como en la misma forma de ser expresados (proporción, enfoque,…) sino también y de manera más efectiva con la introducción de telas a modo de pliegues, otorgando volumen y textura a los cuadros.
Admirando en toda su amplitud la serie completa de las obras advertimos la interrelación del rostro con la tela, unas veces en forma de pliegues que complementan la figura, otras como base de amalgamas de colores, donde apreciamos el predominio del blanco de la mano de una amplia gama de cálidos, en un sin fin de formas que invitan a la abstracción. Dándose de esta manera como una constante y la principal innovación técnica en lo que podríamos denominar el “nuevo giro” que el autor imprime a su estilo. Una visión personal del clasicismo en contraste con el modernismo aplicado al color.
Llegados a este punto, a uno se le advienen recuerdos del imaginario cultural compartido, del sentido clásico, y trágico porque no decirlo, que de manera más reciente también se transmite e inunda nuestra sociedad, a través del cine, el comic o la literatura entre innumerables fuentes. Domando la querencia propia del diletante ávido de ideas y conceptos, escucho la invitación que en boca de Luis Feito nos propone su autor:
“Sólo puedo invitar a leer en mis cuadros aquello que queda dicho por la pintura. Mis deseos, ideas y posibilidades, mi manera de sentir y pensar con el único lenguaje en que intento expresarme”.